Un día cogí mi maleta y me fui. ¿Tenía miedo? Sí, porque no sabía cómo me iba a ir.
Al principio lloré porque sabía que no volvería, lloré porque me despedía de mis raíces, de mi comida, de mi cultura, de mi familia.
Empecé a volar de un lugar a otro, sin darme cuenta de la sabiduría de la vida.
Durante este maravilloso viaje, la vida me enseñó a confiar, a creer, a comprender, a aceptar, pero sobre todo a vivir hoy con lo que tengo, a resolver hoy con lo que hay, a apreciar los momentos de reír, llorar, amar, recibir, dar, compartir.
Me mostró el camino del aquí y ahora. Recuerdo que caminaba por las calles de Nueva York, observaba los detalles de las tiendas, los altos rascacielos, el ruido abrumador de una gran ciudad, pero en medio de todo ese ruido, siempre buscaba un espacio de silencio, sin saber que eso es esencial en la vida.
He aprendido que cuando no tienes a nadie cerca, me refiero a un familiar o a un amigo, te concentras en ti mismo y empiezas a escucharte, aunque no te des cuenta. Abres todos tus sentidos, empiezas a escuchar de verdad, a ver lo que antes no podías ver, a tocar, a oler y a apreciar las maravillas de la vida CONSCIENTEMENTE, ¿y sabes por qué? Porque no hay nada más.
Atrévete hoy a salir de tu zona de confort, deja el trabajo que no te gusta, despídete de lo que no te conviene, atrévete a saltar sin paracaídas, porque hoy sé que la vida nos lo da todo, que todas las herramientas, medicinas, terapias y todo lo que necesitamos están dentro de ti.
Lo único que tienes que hacer es atreverte y empezar hoy mismo a observar conscientemente lo que tienes dentro y fuera.
Agradece, ama, siente, RESPIRA, EXPIRA y SUELTA.
Hoy todo está perfectamente bien.
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